18 curiosidades de la Gran Vía - Secretos de Madrid 

 

“Madrid es amado, sentido, gozado a cualquier hora del día o de la noche”

En los primeros lustros del siglo XX, comienza a reverberar un halo de modernidad y progreso en diversos ámbitos matritenses. Las magníficas edificaciones de la Gran Vía, algunas de ellas, por cierto, exhibidas en espléndidas fotografías de nuestro Museo, serán el paradigma de ese desarrollo. La ingeniería, la arquitectura y los innovadores equipamientos y servicios implementados, se convertirán en el ariete que impulse a la capital de España por el camino de la prosperidad. El propósito de homologarse a las grandes urbes de Europa quedaba más cercano, pero ¿y los madrileños? ¿Cómo era su día a día? ¿Cómo afrontaban esta metamorfosis?  Retrocedamos casi un siglo y buceemos en la prensa de la época para encontrar respuesta a estos interrogantes. Desgranemos  esta cotidianidad, casi hora a hora, a través de un artículo de la revista ilustrada Mundo Gráfico. Que resuene, por tanto, en nuestra mente, compañeros del Museo, el célebre bolero: Reloj, no marques las horas/ Porque voy a enloquecer/ Ella se irá para siempre/ Cuando amanezca otra vez…


 «A las seis de la mañana, poco más o menos, amanece. Entonces advertimos que los contornos de las casas y de las cosas se van iluminando con una claridad lechosa, y reparamos en la inutilidad de los faroles de gas (…) A las ocho, se ven interminables hileras de carros, rumbo a las barriadas extremas, sobre todo camino de Tetuán de las Victorias. Huelen a vahos antiguos y van tocándose unos a otros. Son los carros de los traperos, procesión que arrastra la podredumbre, la escoria empapada de vaho de la urbe. Se piensa que sería mejor desconocer el objeto y fin de estos carros y mantenerlos en el aire fantasmal de las conjeturas. 


A las diez, la algarabía en los mercados y mercadillos va llegando a su cumbre. El pregón de los vendedores se confunde con el griterío de los parroquianos, con ese sordo rumor de las aglomeraciones, con mil ruidos estridentes. Un pintor impresionista podría tomar su paleta e impregnarla con los colores frescos de las frutas: el rojo charolado de las cerezas, el rojo hondo de las fresas, el amarillo mate de las bananas, el amarillo reluciente de los limones, el amarillo tibio de los albaricoques, el rosa aterciopelado de los melocotones con los verdes tiernos de las verduras o con el rojo encendido de los tomates. Podría, además, iluminar su cuadro con las escamas refulgentes de los pescados y aprisionar en fin, la viva y jubilosa policromía de los vestidos vaporosos de la mujer en primavera (…)


A la doce, el sol llega a su cénit. El obrero ha dejado a su lado los útiles de trabajo y se dispone a hacerle los honores al cocido ¡Con qué deliciosa fruición hinca el obrero, en esta hora del mediodía, la cuchara en la montaña del “piri”! ¿No os ha apetecido nunca compartir pan y cuchara con esos obreros felices que cada día repiten su homenaje (como un rito castizo y atávico) al cocido, la comida por antonomasia de los madrileños castizos? 


A la una acontece que el Paseo de la Castellana comienza a poblarse de vestidos claros y risas claras. Es la hora escogida por la buena sociedad madrileña para su torneo de elegancias y flirteos. Toda la elegancia de la mañana unge de gracia a las bellas mujeres que pasan y repasan los andenes del paseo, luciendo el júbilo de sus toilettes primaverales (…) A las dos va quedándose sólo el Paseo de la Castellana. Es la hora del aperitivo. Hora de sentarse en la terraza de un bar o de un café o de encaramarse en los taburetes altos de los bares americanos tomando unas cañas de cerveza, o un vermut, y medio comer a base de ingerir tapas.


A las cuatro, hora del café, del café tomado deprisa, porque los quehaceres agobian… Porque a las cuatro y media, unánimes chirridos de persianas metálicas anuncian que el comercio abre sus puertas (…) A las seis es la hora del té y predomina el elemento femenino. No puede tomar el té un “quisque” cualquiera. Se requiere una elegancia innata, una distinción muy femenina para elegantizar ese gesto prosaico de llevar la fina taza a los labios, la acción leve y sencilla de coger las pastas. Por eso la mujer gusta de tomar el té en un ambiente de refinamiento de suaves colores y de luces matizadas.


 A las siete es la hora más  propicia para el regalo del espíritu. Hora de conferencias y de exposiciones. Hora en que los “charlistas”, los oradores van urdiendo conceptos e imágenes para el goce del entendimiento, para la delicia del oído. Hora en que la mirada puede resbalar gozosa  por los colores de un cuadro o por las curvas plásticas de una escultura. Hora de gentes graves y de jóvenes ansiosos de cultura o de goces estéticos. 


A las ocho, el día está expirando en un adiós angustioso y prolongado tiñendo el cielo en sangre de ocaso. Los anuncios luminosos estampan vivas imágenes de nuevo tiempo con sus relámpagos caligráficos (…) Los escaparates proyectan rectángulos de luz sobre las aceras. Los focos eléctricos simulan estrellas urbanas, en tanto en el cielo, todavía de un tímido azul, centellean las primeras estrellas auténticas. La calle Alcalá está repleta de gentío, de bellas muchachas, pizpiretas y compuestas que creen atrapar el novio soñado en cada joven que les dirige un admirativo chicoleo.


 A las nueve es la hora del cocktail, o del vermut cocktail, de luces y de ruidos en la calle, cocktail de licores en el bar. El guardia urbano templa el cocktail de afuera, el barman agita la coctelera para templar la mezcla. Saturación en las arterias de la urbe, saturación en las arterias del individuo. En la Puerta del Sol hay mucha gente, es la coctelera máxima de la urbe.


A las diez, el marido ha dicho que se iba al café y la mujer se ha quedado increpándole por su abandono… ¡Terrible Don Juan! ¡Sabe Dios donde iría! Y mientras la mujer se mortifica en tales cavilaciones, el buen hombre ha llegado al café, se ha retrepado en el vetusto diván, que ya tiene dibujado  el molde de su cuerpo, y se ha puesto a leer un periódico, o se ha decidido a intervenir en la discusión bizantina que embarulla la tertulia. La densa atmósfera del café, enrarecida de humo de tabaco, de vahos, hace insensible el curso del tiempo, y cuando el buen hombre sale de aquel ambiente, son casi las dos de la madrugada.


Y es que la noche de Madrid se ha hecho para vivirla. A cualquier hora se halla una luz que anuncia un espectáculo (…) En cada calle hay siempre una luz encendida en una ventana (…) Siempre habrá una luz en cada calle para advertirnos que hay un hombre enfermo, un hombre que lee, un muchacho que estudia, una mujer que cose, alguien que vela (…) Y por tanto viven, sufriendo o no, pero viven. La noche de Madrid no es un silencio, es un ritmo. La noche de Madrid no es un misterio, es una claridad. La noche de Madrid no es una pausa, es una voz. La noche de Madrid no es un reposo, es otra actividad. Luces de escenario, de cabaret, de café, de taberna, de restaurante popular, de despachos donde se trabaja, de viejos rincones donde se estudia (…) La noche de Madrid no tiene fin (…)


 A las dos salió todo el mundo de los espectáculos (…) Y ya está la gente de vida ordenada y apacible, camino de su hogar. Porque esta hora es una hora peligrosa, los letreros luminosos acentúan sus guiños y éstos se ven acentuados por otros guiños pícaros e irresistibles para los hombres sin compañía de mujer, y la invitación es tan viva, tan viva…


Madrid no tiene una hora muerta. Cuando se cierran los teatros, surgen los cabarets, cuando se cierran los cabarets siguen en pie los cafés del centro, las tabernas de los barrios, los restaurantes que no tienen última hora. Cuando estos restaurantes se ven vaciados empiezan a enroscarse en el eje metálico las puertas de hierro ondulado, que con su bostezo dejan ver el fondo de los portales y de los escaparates… Pasan a la vez la triste tanguista, el hombre de rostro duro y moreno que va a su trabajo inicial o el camarero de rostro afeitado, que luce smoking de madrugada como un señorito al terminar una juerga.


En definitiva, en Madrid todas las horas del día y de la noche tienen su afán e instante de activación. Puede dormir una mitad de la población, el resto se halla con los ojos bien abiertos, como si el viejo castillo estuviera en peligro de ser atacado y precisara de guardia permanente. Madrid es amado, sentido, gozado a cualquier hora del día o de la noche (…) No es la noche la muerte, sino un renacer. La misma animación en los cafés, en los bares en las calles. Los anuncios luminosos más que parpadear nombres y marcas, parecen los guiños mecánicos que la noche peripatética hace a los transeúntes indicando los caprichos de la guía nocturna de Madrid”. 


No ha cambiado tanto la rutina en La Villa y Corte, ¿verdad? En fin, como la ciudad de Madrid, nuestro equipo literario también posee ese afán por la actividad y la tarea. Por ello, quiero expresar un entusiasta deseo empleando las palabras que encabezan el artículo: que este blog, que comienza a dar sus primeros pasos en este mes de noviembre de 2025, sea para los lectores, igualmente amado, sentido y gozado a cualquier hora del día… o de la noche. 

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